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Me lo dijo de esta manera: Si
existe entre los gobernantes de El Salvador una real voluntad de
encontrar soluciones, tendrán que entender que no hay otra vía que
establecer un canal de comunicación con los protagonistas de este
conflicto social, con la determinación de alcanzar acuerdos de paz y
abrir un camino hacia una conciliación social, con el fin de erradicar
la violencia.
El cineasta está muerto, asesinado por las pandillas. Pero
nunca como hoy sus palabras cobran vigencia, bueno, en países del
tercer mundo las advertencias siempre serán actuales, latentes. De
igual, él estaba seguro que este paso era difícil: Es evidente que en
una región donde prevalece el machismo, no será tan factible establecer
una paz sólida mediante un acuerdo y no por medio de la victoria de una
de las partes, por muy aplastante que ésta sea. La experiencia del
presidente hondureño Manuel Zelaya, luego de asumir el poder, en 2006,
habla por sí sola. Durante su campaña electoral había prometido
enfrentar la delincuencia de manera integral, con la represión, pero
también con políticas de integración social. Su gobierno fue incapaz de
poner en práctica la segunda parte del programa... y Honduras cuenta hoy
con más mareros que cualquier otro país de América Central.
La imposibilidad de empujar todos hacia el mismo lado
La labor del vicario castrense Fabio Colindres es
admirable, valiente y en mi opinión coherente con la labor pastoral
cristiana. Su explicación del por qué intervino, además de incluir a un
ex comandante guerrillero fueron impecables y diáfanas. Su intervención
en el campo de los hechos fue de bisturí. Por supuesto que la mediación
en cualquier sentido que fue, es exitosa. Se han logrado disminuir los asesinatos.
Un pais que se auto define cristiano debiese ahora exigir en lugar de
destruir lo logrado que se profundicen las acciones para evitar que este
frágil, quizá temporal cese de homicidios se prolongue, se establezca
como definitivo.
El cineasta franco-español por su trabajo
en las zonas de alto riesgo llegó a comprender fácilmente las causas y
desde luego que debe enfrentarse: Abandonados, los
adolescentes encuentran en aquellas pandillas un lugar en el mundo, un
sentimiento de seguridad, una comunidad que no hallan en ningún otro
lugar. En contraste con la miseria y la inseguridad reinantes, los
mareros no piden ni piedad, ni caridad, ni asistencia alguna. Sólo
exigen su derecho a vivir dignamente para simplemente existir, amparados
por los derechos constitucionales. Al contrario de los guerrilleros de
los años 70 y 80 del siglo pasado, estos jóvenes rechazan toda ideología
y expresan su rebeldía en una violencia al límite de lo tolerable para
cualquier conciencia social.
¿Sólo los pandilleros hacen destrozos en nuestro país? Ellos
son nuestros propios monstruos, los que hemos creado con nuestra doble
moral. Una sociedad que se opone al aborto, pero que está de acuerdo con
la pena de muerte para los delincuentes, que casi siempre son los
pobres. Unos ciudadanos que hablan de valores, pero que al menor
descuido se embolsan ya sea mediante licitaciones legales a favor de sus
empresas, hurtos, robos al descuido cualquier cantidad del erario
público o municipal.
La actitud al comienzo del padre Rodríguez Tercero en
Mejicanos, de igual la del padre Pepe en San Bartolo desde hace años, es
la iglesia más cercana a la realidad, la cual está pendiente no solo
del alma, sino del cuerpo, que es al fin de cuentas según el dogma el
que nos envía o no al infierno. Fabio Colindres no hace más que cerrar
con la inteligencia que otorgan 2,000 años de experiencia una
participación ejemplar.
Quizá muchos catolicos desconozcan que uno de los pilares
que sostienen el dogma católico es el dualismo helénico, ese que hace
que la ciencia y la fe puedan algunas veces sentarse a charlar como
viejos amigos, hijos de una misma madre: la escolástica. Esa que
permite el ecumenismo, una acción que no es más que el reconocimiento
del otro, algo que le falta a nuestra sociedad, tan empecinada en lo
formal, pero haciéndose los desentendidos en lo de fondo.
Mi solidaridad con las víctimas de la violencia.
Ningún crimen debe quedar impune y sin castigo. Eso es
definitivo e innegociable. No debe dejarse de combatir y perseguir el
delito desde donde proceda. Pero en vez de destruir un buen trabajo
hecho por el clero católico debería enfocarse las baterías a que la FGR
investigue y procese los casi 85% de crímenes que están sin ser
judicializados. Que la Corte Suprema de Justicia depure los jueces,
agilice y vuelva pronta la justicia para los desaparecidos y asesinados
en El Salvador.
Los salvadoreños tan poco informados, susceptibles a
actuar primero y pensar después, dispuestos a señalar lo malo, antes que
lo bueno, engañados con las maneras de resolver las dificultades
cotidianas se han propuesto confundir una disminución de homicidios con
la claudicación de la patria. ¿Qué cristianismo ha vuelto intolerantes a
los salvadoreños?
¿Cuánto cuesta la paz? ¿Cuánto la guerra? Muchos, estas
pragmáticas preguntas no se las hacen, los que opinan en contra del
esfuerzo del caso que nos ocupa de una entidad como la iglesia católica.
La otra salida era: formar un batallón que asesinara pandilleros:
64,000 posiblemente; más asesinatos selectivos en sus familias que
comenzarían a protestar por la limpieza social en cárceles y calles, que
en promedio son cinco por cada uno de los asesinatos programados:
320,000 salvadoreños. ¿Nos gusta el genocidio?
Mienten quienes sostienen que El Salvador de antes era
pacifico, nuestra historia está llena de violencia y represiones más
violentas. La idea de inventarse el primer grito de independencia se
hizo con la intención de refundar la nación que venía de un siglo de
guerras entre liberales y conservadores, antes había habido otras por
unificar lo que ahora llamamos El Salvador.
Se equivocan quienes atacan el descenso de homicidios,
tuercen la realidad los que conjeturan con las concesiones humanitarias o
gestos de buena voluntad. Lo que debiesen exigir, todos, ahora que es
posible una disminución de la violencia es comenzar a construir la
seguridad con trabajo para los jóvenes, Poveda lo explicaba así: Con
toda certeza, una decente inversión de las ganancias en mejores
políticas sociales empresariales aumentaría el poder de compra de los
salvadoreños, generaría nuevas fuentes de trabajo y tendría, al mismo
tiempo y por consecuencia, repercusiones positivas sobre la inflación.
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